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Carta 212 a Rhona Beare (1958)

‘In this mythical ‘prehistory’ immortality, strictly longevity co-extensive with the life of Arda, was part of the given nature of the Elves; beyond the End nothing was revealed. Mortality, that is a short life-span having no relation to the life of Arda, is spoken of as the given nature of Men: the Elves called it the Gift of Ilúvatar (God).’

Borrador (no enviada) de una continuación de una carta anterior.

Puesto que he escrito tanto (espero que no demasiado), bien podría agregar unas pocas líneas sobre el Mito en el que todo se funda, pues se podrían clarificar algo más las relaciones entre los Valar, los Elfos, los Hombres, Sauron, los Magos, etcétera.

Los Valar o «potencias, gobernantes» fueron la primera «creación»: espíritus o mentes racionales sin encarnación, creados antes que el mundo físico. (En rigor, estos espíritus se llamaban Ainur, pues los Valar fueron sólo los que entre ellos entraron en el mundo después de haber sido hecho, y el nombre sólo se aplica a los grandes de entre ellos, que ocupan el lugar imaginativo, aunque no teológico, de los «dioses».) Los Ainur tomaron parte en la creación del mundo como «subcreadores»: en grado diverso, según la manera siguiente: Interpretaron según su capacidad, y completaron en detalle, el Diseño que les propuso el Único. Se les propuso primero en forma musical o abstracta, y luego en una «visión histórica». En la primera interpretación, la vasta Música de los Ainur, Melkor introdujo alteraciones, no interpretaciones de la mente del Único, y surgió una gran discordancia. El Único presentó esta «Música», con inclusión de la aparente discordancia, como una «historia» visible.

Tolkien’s drawing of the Crown of Gondor sent in a letter to Rhona Beare

En esta etapa tenía todavía una validez con la que puede compararse la que tiene un «cuento» entre nosotros: «existe» en la mente del narrador y, de manera derivada, en la de los auditores, pero no en el mismo plano que el del narrador o los auditores. Cuando el Único (el Narrador) dijo Sea* el Cuento se convirtió en Historia, sobre el mismo plano que el de los auditores, y éstos podían, si lo deseaban, entrar en ella. Muchos de los Ainur lo hicieron, y deben habitar en ella hasta el Final, pues quedan involucrados en el Tiempo, la serie de acontecimientos que la completan. Estos fueron los Valar y sus asistentes menores. Estos eran los que se habían «enamorado» de la visión y, sin duda, los que habían desempeñado la parte más «subcreativa» (o, como nosotros diríamos, más «artística») de la Música.

Fue por el amor que tenían por Eä, y por la parte que desempeñaron en su creación, que desearon y pudieron encarnarse en formas físicas visibles, aunque éstas eran comparables a nuestros vestidos (en la medida en que éstos constituyen una expresión personal), no a nuestros cuerpos. Sus formas eran así la expresión de sus personas, capacidades y amores. No era preciso que fueran antropomórficos (Yavanna, esposa** de Aulë, por ejemplo, se manifestaba con la forma de un gran Árbol.) Pero las formas «habituales» de los Valar, cuando eran visibles o estaban vestidos, eran antropomórficas, por el intenso interés que les despertaban los Elfos y los Hombres.

Los Elfos y los Hombres eran llamados los «hijos de Dios» porque constituían, por así decir, un añadido privado al Diseño hecho por el Creador, en el cual los Valar no tuvieron parte. (Sus «temas» fueron introducidos en la Música por el Único cuando surgieron las discordancias de Melkor.) Los Valar sabían que aparecerían —y los grandes, cuándo y cómo (aunque no con precisión)—, pero poco era lo que conocían de su naturaleza, y su preciencia, derivada del conocimiento previo que tenían del Diseño, era imperfecta o defectuosa en relación con los hechos de los Hijos. Los Valar incorruptos, pues, anhelaban a los Hijos antes de que llegaran, y los amaron después, como a criaturas diferentes de sí mismos, independientes de ellos y de su capacidad artística, «niños» en cuanto eran más débiles e ignorantes que los Valar, pero de igual linaje (pues provenían directamente del Único), aunque estaban bajo su autoridad como gobernantes de Arda. Los corruptos, como lo eran Melkor/Morgoth y sus seguidores (de los que Sauron era uno de los principales), veían en ellos el material ideal para convertirlos en súbditos y esclavos, volviéndose ellos amos y «dioses», envidiándolos y odiándolos en secreto en la medida en que se rebelaban contra el Único (y contra Manwë, su Teniente en Eä).

En esta «prehistoria» mítica, la inmortalidad, estrictamente una longevidad coextensiva con la vida de Arda, era parte de la naturaleza dada a los Elfos; más allá del Fin, nada había sido revelado. Se habla de la mortalidad, es decir, un período de vida de corta duración sin la menor relación con la vida de Arda, como propia de la naturaleza dada a los Hombres: los Elfos la llamaron el Don de Ilúvatar (Dios). Pero debe recordarse que míticamente estos cuentos se centran en los Elfos,*** no son antropocéntricos, y los Hombres sólo aparecen en ellos mucho después de la Llegada de aquéllos. Esta es, por tanto, una perspectiva «élfica» y no necesariamente tiene algo en pro o en contra de creencias, como la cristiana, de que la «muerte» no forma parte de la naturaleza humana, sino que es un castigo por el pecado (la rebelión) y una consecuencia de la «Caída». Debería considerársela como la percepción que tienen los Elfos de lo que la muerte —por no estar vinculada con los «ciclos del mundo»— significaría para los Hombres, sea cual fuere su origen. Un divino «castigo» es también un divino «don» si se lo acepta, pues su objetivo es la bendición final, y la suprema inventiva del Creador hará que los «castigos» (es decir, el cambio de designio) produzcan un bien no alcanzable de otro modo: un Hombre «mortal» tiene probablemente (diría un Elfo) un destino más alto, si bien no revelado, que un ser longevo. Intentar por algún recurso o «magia» recuperar la longevidad es, pues, la suprema locura y maldad de los «mortales». La longevidad o la falsa «inmortalidad» (la verdadera inmortalidad está más allá de Eä) es el principal anzuelo de Sauron: convierte a los pequeños en un Gollum, y a los grandes en un Espectro de los Anillos.

En las leyendas élficas hay registro del extraño caso de una mujer Elfo (Míriel, madre de Fëanor) que intentó morir, lo que tuvo desastrosos resultados que llevaron a la «Caída» de los Altos Elfos. Los Elfos no eran víctimas de enfermedades, pero se los podía «asesinar»: es decir, sus cuerpos podían ser destruidos o mutilados hasta que dejaran de ser ya adecuados para dar sostén a la vida. Pero esto no conducía naturalmente a la «muerte»: eran rehabilitados, renacían y finalmente recuperaban la memoria de su pasado; permanecían «idénticos». Pero Míriel deseaba abandonar el ser y se negó al renacimiento.****

Supongo que si hay una diferencia entre este Mito y lo que podría llamarse quizá mitología cristiana, esa diferencia es ésta. En la última, la Caída del Hombre es posterior a (aunque no necesariamente una consecuencia de) la «Caída de los Ángeles»: una rebelión de la voluntad creada libre en un nivel más alto que el del Hombre; pero no se sostiene claramente (y en muchas versiones no se lo sostiene en absoluto) que esto haya afectado a la naturaleza del «Mundo»: el mal fue traído de fuera por Satán. En este mito la rebelión de la voluntad creada libre precede a la creación del Mundo (Eä); y Eä contenía en sí, subcreadamente introducidos, el mal, la rebelión, elementos discordantes pertenecientes a su propia naturaleza ya cuando se dijo Sea. La Caída o la corrupción de todo y de todos sus habitantes, por tanto, era una posibilidad, aunque no inevitable. Los árboles pueden «torcerse», como en el Viejo Bosque; los Elfos pueden convertirse en Orcos, y si esto requería la malicia persuasiva de Morgoth, aun los Elfos de por sí eran capaces de cometer malas acciones. Aun los Valar «buenos», por habitar el Mundo, podían cuando menos errar, como lo hicieron ocasionalmente en su trato con los Elfos; o también eran capaces, como lo probaron los menores de su especie (los Istari o magos), de buscar el propio beneficio. Aulë, por ejemplo, uno de los Grandes, en cierto sentido «cayó», porque deseaba de tal modo ver a los Hijos, que se impacientó e intentó anticiparse a la voluntad del Creador. Siendo el más grande de los artesanos, trató de hacer criaturas, de acuerdo con el conocimiento imperfecto propio de su especie. Cuando hubo hecho trece,***** Dios le habló con enfado, pero no sin piedad: porque Aulë no había hecho esto por el maligno deseo de tener esclavos y súbditos propios, sino por amor impaciente, deseoso de criaturas con las que conversar y a las cuales enseñar, compartiendo con ellas las alabanzas a Ilúvatar y el amor por los materiales de que está hecho el mundo.

El Único reprendió a Aulë diciéndole que había intentado usurpar el poder del Creador, pero no pudo dar vida independiente a lo que había hecho. Sólo tenía una vida, la suya, derivada del Único, y sólo podía, cuando más, distribuirla. «Considera», dijo el Único: «estas criaturas tuyas sólo tienen tu voluntad y tu movimiento. Aunque has inventado una lengua para ellas, sólo pueden comunicarte tu propio pensamiento. Esto es un pobre remedo de mí.»

Entonces Aulë, apenado y arrepentido, se humilló y pidió perdón. Y dijo: «Destruiré estas imágenes de mi presunción y esperaré tu voluntad». Y cogió un gran martillo y lo levantó para golpear la mayor de sus imágenes, pero ésta se sobresaltó y se apartó de él. Y al detener el golpe, asombrado, oyó la risa de Ilúvatar.

«¿Te desconcierta esto?», preguntó. «¡Considera!, tus criaturas ahora viven, libres de tu voluntad. Porque he visto tu humildad y tenido piedad de tu impaciencia. He recogido en mi designio lo que has hecho.»

Esta es la leyenda élfica de la creación de los Enanos; pero los Elfos cuentan también que Ilúvatar dijo así: «No obstante, no toleraré que mi designio se anticipe: tus hijos no despertarán antes que los míos». Y ordenó a Aulë que acostara a los padres de los Enanos en sitios profundos, cada cual con su pareja, menos Dúrin, el mayor, que no la tenía. Allí dormirían prolongadamente hasta que Ilúvatar les indicara que despertaran. No obstante, casi siempre hubo escaso amor entre los Enanos y los hijos de Ilúvatar. Y del destino que éste dio a los hijos de Aulë más allá de los Círculos del mundo, los Elfos y los Hombres nada saben, y si lo saben los Enanos, no hablan de ello. 

 

* De ahí que los Elfos llamaran al mundo, al Universo , , Es.

** De acuerdo con la perspectiva del mito, en los Elfos y los Hombres (digamos) el «sexo» es sólo una expresión en términos físicos o biológicos de una diferencia de naturaleza en cuanto a el «espíritu», no una causa última de la diferencia entre la femenidad y la masculinidad.

*** En la narración, tan pronto como el asunto se vuelve «histórico» y no mítico, ya que de hecho se trata de literatura humana, el centro de interés debe mudarse a los Hombres (y sus relaciones con los Elfos u otras criaturas). No podemos escribir historias sobre los Elfos, a los que no conocemos desde dentro: y si lo intentamos, sencillamente convertimos a los Elfos en hombres.

**** [Nota aparentemente añadida más tarde:] Era también idea de los Elfos (y de los Númenóreanos incorruptos) que un «buen» Hombre estaría dispuesto a morir voluntariamente o debería hacerlo sometiéndose con confianza antes que lo obligaran (como lo hizo Aragorn). Puede que ésta haya sido la naturaleza del Hombre no caído; aunque la compulsión no lo amenazara: desearía y pediría «continuar» hacia un estado más elevado. La Asunción de María, la única persona no caída, puede considerarse en cierta forma como la simple reobtención de una gracia y una libertad impertérritas: pidió ser recibida y lo fue, pues ya no tenía función en la Tierra. Aunque, por supuesto, aun no habiendo caído, no pertenecía a la «pre-Caída». Su destino (en el que había cooperado) era mucho más alto que el de cualquier otro «Hombre» si no hubiera tenido lugar la Caída. Era también impensable que su cuerpo, la fuente inmediata del de Nuestro Señor (sin ningún otro intermediario físico), se hubiera desintegrado o «corrompido», ni que pudiera, sin duda, estar largo tiempo separado de Él después de la Ascensión. No hay ninguna sugerencia de que María no «envejeciera» al ritmo que era normal en su raza; pero, por cierto, este proceso no podría haber continuado o permitido que continuara hasta la decrepitud o la pérdida de la vitalidad y la gracia. La Asunción fue en cualquier caso tan distinta de la Ascensión como el levantamiento de Lázaro de la (auto) Resurrección.

***** Uno, el mayor, solo y seis más con sus parejas.