Home / Cartas / Carta 96 a Christopher Tolkien (1945)

Carta 96 a Christopher Tolkien (1945)

Written towards the end of the Second World War when Christopher was training with the RAF in South Africa, this letter discusses poignancy in The Lord of the Rings, life in the armed forces, Tolkien’s army service in France during the First World War and the current destruction of Europe by the ‘War of the Machines’.

30 de enero de 1945 (FS 78)                                                    20 Northmoor Road, Oxford

Mi muy querido Chris:

(…)
Me alegro mucho de que consideres que «el Anillo» conserva su nivel y (parece) consigue eso tan difícil en un cuento largor el mantenimiento de una diferencia de cualidad y atmósfera en acontecimientos que fácilmente podrían asimilarse en una «igualización». En cuanto a mí, quedé probablemente más conmovido por la disquisición de Sam acerca de la red sin costuras de la historia y la escena en la que Frodo se queda dormido sobre su pecho, y la tragedia de Gollum, quien en ese momento estuvo a un pelo del arrepentimiento, cosa que no logra por una palabra ruda que le dirige Sam. Pero la cualidad «conmovedora» de todo ello está en un plano diferente de Celebrimbor, etcétera. Hay dos emociones del todo diferentes: una que me conmueve inmensamente y no encuentro dificultad alguna en evocar: el desgarrador sentimiento de un pasado perdido (las palabras de Gandalf sobre la Palantir son lo que mejor lo expresa), y la otra, la emoción más «ordinaria» del triunfo, el patetismo, la tragedia de los caracteres. Eso estoy aprendiendo a hacerlo a medida que voy conociendo a mi gente, pero, en realidad, no está tan cerca de mi corazón, y se me impone por el dilema literario fundamental. Una historia debe contarse o, de lo contrario, no habrá historia; sin embargo, son las historias no contadas las más conmovedoras. Creo que Celebrimbor lo conmueve a uno porque transmite la súbita sensación de infinitas historias no contadas: montañas que se ven a lo lejos, que no han de escalarse nunca; árboles a la distancia (como el de Niggle) a los que jamás uno ha de acercarse; o, si se lo hace, se convierten sólo en «árboles cercanos» (salvo en el Paraíso o la parroquia de N).

Bueno, el espacio se me acabará pronto, son ya las 9 de la noche, tengo que escribir por fuerza algunas cartas y mañana debo pronunciar dos conferencias, de modo que tengo que terminar pronto. Leo con ansiedad todos los detalles de tu vida y las cosas que ves y haces… y sufro, Jive y Boogie-Woogie entre ellas. No se te desgarrará el corazón cuando las pierdas (pues en esencia se trata de música vulgar, corrompida por su carácter mecánico, que resuena en desoladas cabezas desnutridas), pero recordarás las otras cosas, aun las tormentas, la estepa seca y los olores del campo cuando regreses a esta otra tierra. Puedo ver ahora claramente con los ojos de la mente las viejas trincheras, las casas escuálidas y los largos caminos de Artois, e iría a visitarlos de nuevo si pudiera.

Acabo de oír la noticia. Los rusos están a 60 millas de Berlín. Parece que pronto podría suceder algo decisivo. La espantosa destrucción y miseria productos de esta guerra van creciendo hora a hora: la destrucción de lo que debería ser (de hecho es) la riqueza común de Europa, y del mundo, si la humanidad no estuviera tan embrutecida; esta pérdida nos afectará a todos, seamos vencedores o no. Sin embargo, la gente se complace maligna cuando se entera de la existencia de interminables colas, de 40 millas dé largo, de miserables refugiados, de mujeres y niños que se vuelcan en el Occidente y van muriendo por el camino. En esta oscura hora diabólica no parece haber entrañas para la piedad y la compasión, ni quedar imaginación alguna. Con lo cual no quiere decir que todo lo provocado principalmente por Alemania (aunque no por ella tan sólo) no sea necesario e inevitable. Pero ¡por qué complacerse en ello! Se suponía que habíamos llegado a una etapa de la civilización en la que todavía fuera necesario ejecutar a un criminal, pero no complacerse en ello, no colgar a su mujer y a su hijo junto a él mientras las multitudes claman. La destrucción de Alemania, aunque se lo haya merecido 100 veces, es una de las mayores catástrofes del mundo. Bueno, bueno… tú y yo no podemos hacer nada para solucionarlo. Y eso tendría que ser la medida del grado de culpa que con justicia debería ser asumida por cualquier miembro de un país que no lo sea a la vez de su gobierno. Bueno, la Primera Guerra de las Máquinas parece estar acercándose a su capítulo final y carente de conclusiones, dejando a todos, ¡ay!, más pobres; a muchos, desgraciados o mutilados; a millones, muertos, y sólo una cosa triunfante: las Máquinas. Como los servidores de las Máquinas se están convirtiendo en una clase privilegiada, las Máquinas han de ser enormemente más poderosas. ¿Cuál es su próximo movimiento?

Con todo el amor de tu padre.