Nadia Drici, ‘Hoja de Niggle La extraña historia de un pintor al que le encantaba pintar árboles’
…cuando Nadia Drici explora el poder de este cuento (modernizado), la dualidad del protagonista, así como las conclusiones políticas y sociales que entraña este relato «alégorico», y que se ofrecen al lector.
Este artículo de Nadia Drici puede ser leído junto al artículo de Priscilla Tolkien sobre Hoja de Niggle y a la reseña de Vincent Ferré en la que se indaga otro aspecto de este relato tan breve como fascinante.
Publicado en 1945, Hoja de Niggle es un cuento relativamente poco conocido por el gran público, que puede considerarse una creación anecdótica de relativo valor en el seno de la obra de J.R.R. Tolkien. En lo que a primera vista parece un cuento de hadas extremadamente bien compuesto, Tolkien relata la extraordinaria historia de un pequeño pintor al que le gustaba dibujar árboles.
Sin embargo, bajo la anodina apariencia de un cuento algo ingenuo se oculta un texto tremendamente enigmático: ¿se trata de un cuento onírico? ¿De un relato metafísico? ¿De la confesión de un escritor enfrentado a la problemática de lo inacabado? Para los críticos, este relato, síntesis del cuento, de la autobiografía ficticia y de la parábola bíblica, mezcla varios géneros. Esta compleja clasificación no es nada sorprendente, ya que el mismo autor planteó las ambigüedades de este texto en parte como apología, «en parte como confesión» en una carta fechada en 1945: «¡Bien! “Niggle” se parece tan poco a ninguna otra historia que haya escrito o empezado nunca, que me asombraría que pudiera combinarlo con ellas.» (Carta del autor a su editor Stanley Unwin, marzo 1945)
Este breve relato, que destaca entre todos por su originalidad, parece, asimismo, escapar a su propio autor. Combinando sus cualidades de cuentista con una capacidad de inventiva sin igual y una técnica narrativa original, J.R.R. Tolkien realiza, en realidad, una metamorfosis del cuento de hadas, no sólo eximiéndose de una construcción de la estructura clásica, sino también por el carácter ambiguo y por la dimensión política de las situaciones que describe.
Niggle y su doble
Los cuentos, enmarcados en el linaje de los mitos, se dirigen al inconsciente de los lectores.
En la mayoría de los casos, el relato tiene un alcance iniciático en el que las acciones de los personajes desvelan las dificultades e interrogantes del hombre ante la naturaleza y la sociedad.
Algunos de los análisis de Bruno Bettelheim, en Psicoanálisis de los Cuentos de Hadas (1976), se inspiran en la obra de J.R.R. Tolkien y, en particular, en su ensayo Sobre los cuentos de hadas (1947), demuestran cómo los cuentos europeos extraían directamente su fuerza de las angustias generadas por el mundo real y cómo estas mismas engendraban una autorrealización saludable y formativa.
En este cuento, Niggle se ve obligado en abandonar su hogar. Gozaba de una existencia pasiva, centrada en la satisfacción de sus necesidades inmediatas y organizada en torno a una paradójica pero casi total ignorancia del mundo exterior.
De hecho, y exceptuando escasas excursiones a la ciudad, el héroe permanece en casa. Pero es obligado a abandonar el universo consolador de su hogar y a tomar conciencia de su identidad a lo largo de un extraño viaje y a hacer que su personalidad evolucione para impedir que le mantengan encerrado de por vida en un manicomio.
Aquí destaca la lección más evidente del cuento: una evolución interna que se vuelve necesaria e ineludible a causa de influencias del exterior.
Pero estas últimas revelan ante todo los diferentes y contradictorios componentes de su personalidad. Porque Niggle se debate entre dos voluntades. La primera, dominante, es la de una vida tranquila, de un ensimismamiento que no necesita ni esfuerzo, ni comprensión de los demás, y que se fundamenta en la satisfacción de sus placeres individuales, vinculados principalmente a su actividad pictórica. La segunda es un anhelo de evolución hacia una actitud más centrada en su entorno. Con el fin de conjurar las angustias del héroe, el cuento despliega métodos que permiten dominar estas tendencias antinómicas y desembocar en la afirmación del Yo. Así, en una especie de salto esquizofrénico que le sitúa tanto en el exterior como en el interior del discurso, Niggle se inventa un doble, el otro «yo», que lo felicita por un trabajo que incluso el narrador considera pobre. Por la elección de su propia fragmentación, Niggle muestra principios de ambigüedad y de dicotomía característicos de una negación de la realidad y de la falta de reconocimiento del mundo exterior.
Sin ser, por tanto, un elemento central de la narración, este doble simboliza también las dificultades de una mente para vivir sus contradicciones, las ansias de un hombre expuesto a una parte de sí mismo que denigra pero que, a pesar de todo, ansía conocer.
Aunque el propósito no resida en profundizar en estas consideraciones, si este encuentro hipotético del doble permanece en un estado de sospecha, abre, no obstante, un espacio fundamental de reflexión circunscrito a las apariencias y la realidad, y desencadena un movimiento del sentido, así como una multiplicación de los puntos de vista que es esencial subrayar. Porque incluso fraccionada, desmultiplicada, condenada al riesgo de pérdida de la identidad, la figura del doble es, ante todo, la del escritor condenado a la incomprensión y a la soledad. En efecto, hábitos inoportunos impiden insidiosamente a Niggle que realice su trabajo como quisiera, lo que parece constituir el punto en común con su creador. Evocando a posteriori la escritura de Hoja de Niggle, Tolkien no permite ninguna duda acerca de las evidentes analogías entre la atención al detalle que lleva al pequeño Niggle a perderse en su cuadro y la abismal proliferación de su propio universo ficcional: «estaba ansioso por mi propio árbol interior, El Señor de los Anillos. Estaba creciendo fuera de control y revelando infinitos y nuevos panoramas, y yo quería acabarlo, pero el mundo se mostraba amenazante.» (Carta del autor a su tía Jane Neave, septiembre 1962, n°241).
En Hoja de Niggle, los personajes secundarios no tienen ningún respeto por el trabajo artístico del héroe, e incluso el Sr. Parish sólo se preocupa por el lamentable estado del jardín que nuestro pintor deja marchitarse, provocando el disgusto de todos sus vecinos. Pero, lo que es mas grave aún, lo hace a favor de una profusión igual de caótica e incomprensible de hojas desiguales dispersas en valiosos lienzos (que según Parish, deberían se legítimamente utilizados para cubrir los techos estropeados por el clima, en particular, el suyo).
Este árbol de hojas dispares que invade el lienzo del pequeño pintor «quisquilloso» que es Niggle [el verbo inglés to niggle significa «quisquillar»] podría considerarse la metáfora de una obra de textos originales constantemente reelaborados por el autor de El Señor de los Anillos debido a que no cumplían con sus exigentes estándares.
Identificamos, pues, a Niggle con Tolkien; pero el autor no es nunca el personaje de una sola novela, o de una obra, tal vez, al contrario, son todos los personajes de la novela quienes reflejan la personalidad del autor, ya que la mayoría de las obras son polifónicas. Así como no se puede decir que Tolkien sea Bilbo, Aragorn o Fëanor, tampoco podemos afirmar de un modo abierto que sea Niggle
Lo real y lo maravilloso
La Evasión suprema a través del cuento de hadas es la muerte, recuerda el ensayo Sobre los cuentos de hadas.
A semejanza del exiliado privado de su país natal, Niggle ha tenido que dejar el pueblo que le vio nacer y el nuevo entorno en el que se encuentra corresponde a una instalación en un mundo totalmente desconocido, al menos al comienzo de sus aventuras. La constante advertencia de su inminente viaje y su rechazo a marcharse imponen la imagen inmediata de la muerte, aquel gran viaje tan difícil de preparar.
En una perspectiva puramente cristiana de las aventuras de Niggle, su viaje no sería, entonces, más que un descenso lento y doloroso al infierno a través de círculos concéntricos cada vez más agobiantes, y si no fuera por el amor incondicional que el héroe profesa a su arte, su trayectoria dantesca siempre le impediría vencer sus temores y debilidades. Este amor por su arte le permitirá encontrar la salvación y su cuadro no sería entonces más que el Paraíso al que loga acceder al fin – como subraya muy nítidamente Priscilla Tolkien en su artículo sobre este relato.
La cuestión de la fe en las obras de Tolkien tiene una legitimidad evidente y aquí no se trata de ponerla en tela de juicio. La llegada de Niggle al Hospital y la aparición de las Voces son susceptibles de evocar evidentes referencias bíblicas, lo que por parte de un católico devoto no sería nada sorprendente. Toda una simbología, como por ejemplo, el negro túnel o el traje negro del chófer, evoca, sin duda, la imagen de la muerte. Pero el autor nos advierte:
No es tanto una «alegoría» como algo «mítico». Pues Niggle pretende ser una persona real de cualidades mezcladas y no una «alegoría» de un único vicio o virtud. El nombre Parish [parroquia] resultó conveniente para la broma del Conserje, pero no fue escogido con intención de que tuviera un significado especial. Una vez conocí a un jardinero llamado Parish (Veo que hay seis personas llamadas Parish en el listín telefónico). (Carta 241)
Aplicado a un contexto muy específico: el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, la sobredeterminación cristiana se ve debilitada por el alcance político que emprende el relato. La alegoría puede tener sentido en Hoja de Niggle, en la medida en que personajes, lugares y el lenguaje metafórico aluden a eventos y que los cuentos son aplicables a realidades existentes, aunque la ficción se refiera más frecuentemente a ideales que a realidades políticas: «No tengo propósito didáctico ni intención alegórica. (No me gusta la alegoría propiamente dicha: la mayor parte de los lectores parecen confundirla con significación o aplicabilidad, pero ésa es una cuestión demasiado larga para tratarla aquí)» (Carta del autor a un periodista del New Statesman, abril de 1959, Nº 215).
En 1957, Tolkien ya había expresado su temor acerca del confinamiento de su texto sin dejar, sin embargo, de lado las diferentes pistas de análisis abundando en el sentido de una lectura autobiográfica del texto:
Mirándola yo mismo ahora desde gran distancia, diría que, además de mi amor por los árboles (se llamó originalmente El Árbol), surgió de mi propia preocupación por El Señor de los Anillos, sabiendo que sería acabado con gran detalle o no lo sería en absoluto, y el temor (casi la certidumbre) de que «no lo sería en absoluto». Había comenzado la guerra, que había oscurecido todos los horizontes. Pero estos análisis no constituyen una explicación completa, ni siquiera de una historia breve.
Observamos asimismo en Hoja de Niggle una permeabilidad formal, que provoca una fusión particularmente notable. Consiste en inspirarse en técnicas estructurales y rítmicas específicas del cuento, con el fin de adaptarlas al relato, abriendo así nuevos caminos de lecturas e interpretaciones. Eliminemos el último párrafo del texto o bien invirtamos los dos epílogos y nos podríamos preguntar si no se trata de un relato fantástico, tanto es cierto que los efectos de lo real se combinan en este texto con un ambiente de singular rareza. La frontera entre los géneros se vuelve entonces deliberadamente borrosa entre cuento, fábula, mito, alegoría y distopía.
La dimensión política del cuento
Si analizamos el material inherente al cuento en Hoja de Niggle, es interesante constatar que Tolkien transgrede los códigos de representación del espacio-tiempo y organiza la escritura de su texto en una realidad que se podría perfectamente entender como contemporánea a su escritura, en lugar de en una Edad-Media legendaria de límites imaginarios y borrosos.
A pesar de que se encuentren constantemente camufladas entre un material sobrenatural que las tiñe o las vela, las acciones del protagonista son parte de un mundo conocido o susceptible de ser reconocido por el lector y dan lugar a la descripción de una cotidianidad familiar para él. Sin embargo, la sociedad que se describe puede ser desconcertante. Las leyes del país de Niggle son desmesuradamente exigentes y no parecen dejar mucho espacio para el pleno desarrollo del imaginario individual.
El Inspector, comunicando las declaraciones de Parish en el momento de la partida de Niggle dijo, aliviado, que al fin y al cabo podrá hacer buen uso del cuadro del pequeño pintor, y esta confiscación de bienes personales por el bienestar colectivo aparece como una reminiscencia de los peores días de totalitarismo. El personaje, expuesto entonces a un gobierno tan absurdo como rígido, tropieza con los prejuicios de un mundo dominado por el oscurantismo y la intolerancia. Favoreciendo el mantenimiento de los intereses comunes a expensas de la democracia real, el oficial sanciona al héroe y le prohíbe pintar de la misma manera que, en El Proceso de Kafka, Joseph K. es castigado por un crimen del que ignora el contenido. El texto, eminentemente político, a pesar de su apariencia de relato fantástico, describe cómo el país está sujeto a los caprichos de un gobierno dictatorial que rechaza cualquier uso del arte.
Esta opresión psicológica del héroe, presentada como acusación, se enlaza con una revalorización del papel del arte en la sociedad, además de ser una denuncia de la tiranía política y social.
El autor denuncia la arbitrariedad de la autoridad gubernamental y critica los sistemas totalitarios, cuyos preceptos son las puertas del oscurantismo más vil. Estas consideraciones de índole política llevaron a Tolkien a enunciar en su correspondencia condenas sin lugar a discusión, pero no desprovistas de humor:
Mis opiniones políticas se inclinan más y más hacia el anarquismo (entendido filosóficamente, lo cual significa la abolición del control, no hombres barbados armados de bombas) o hacia la monarquía «inconstitucional». Arrestaría a cualquiera que empleara la palabra Estado (en cualquier otro sentido que no fuera el reino inanimado de Inglaterra y sus habitantes, algo que carece de poder, derechos o mente) y después de darle la oportunidad de retractarse, ¡ejecutarlo si se obstina en no hacerlo! (Carta del autor a su hijo Christopher, noviembre de 1943, Nº 52).
En Hoja de Niggle, la denuncia de este sistema social se expresa a través del régimen de un absurdo que pudimos atisbar en otros autores en conflicto con la sociedad de su tiempo. De hecho, a través de las tribulaciones kafkianas de un personaje presa del absurdo de decisiones administrativas, Tolkien denuncia el estado de una sociedad caracterizada por una desintegración de las normas que regulan la conducta humana y afianzan el orden social a contracorriente. Los personajes secundarios del entorno de Niggle y Parish se enmarcan asimismo en esta perspectiva y son presonajes representativos de un sistema envenenado. El Inspector, el Chófer y el Maletero son todos funcionarios de la institución, personajes que también se encuentran en las obras de Kafka o de Dostoievski. El autor desea romper con esta sociedad paralizante en la que predominan el materialismo y la racionalidad pura; y con este cuento envía un mensaje fundamental, el de una fe incuestionable en los poderes mágicos del arte y de la naturaleza. El efecto del cuento es sorprendente, ya que desliga palabras y situaciones de sus connotaciones «lógicas» y habituales. Por tanto, Tolkien utiliza el cuento para echar una mirada crítica sobre la sociedad de su época y para recordar lo universal:
En un sentido más amplio, supongo, es imposible escribir una «historia» que no sea alegórica en la proporción en que «cobre vida», pues cada uno de nosotros es una alegoría, encarnada en un cuento particular e investida con las ropas del tiempo y el lugar, verdad universal y vida perdurable. (Carta al poeta y crítico de WH Auden, junio de 1955, Nº 163)
Niggle y su autor (en su correspondencia) son solidarios en su manera de aprehender el mundo, un mundo sujeto a las leyes del totalitarismo y a la rigidez de las barreras sociales, un mundo que ha traicionado al hombre tanto como el arte.
Tanto es así que en este cuento se presenta al hijo de una magia reconfortante a partir de una victoria del alma sobre el cuerpo; y que un hábil imaginario se revela propicio a la elaboración de un mundo en el que se aprehenda con fuerza toda la abominación de las dictaduras. Gracias a esta liberación del imaginario se descifran los misterios de un poder totalitario que hace reinar la ignorancia y el miedo y contra el que se ha de luchar. Se trata de consideraciones humanistas y modernas acerca de una sociedad en la que las rigurosas leyes requieren cierto tipo de comportamiento organizado en torno a prohibiciones y restricciones como: la obligación de cuidar del prójimo, la importancia de lo colectivo a expensas de lo individual y la negación del arte y la utilidad.
Hoja de Niggle, cuento eminentemente moderno, presenta a un héroe que se distancia de los personajes arquetípicos de los cuentos populares, ya que no se conforma con las típicas posturas que se esperan de él. Si el relato responde a los esquemas narrativos habituales de los cuentos de hadas, aquí destaca, sin embargo, que las reacciones incongruentes de Niggle escapan a las leyes morales que se suelen observar en estos cuentos de hadas tradicionales. Ofrece una reflexión metafísica sobre el lugar del hombre en el mundo a través de un cuestionamiento sobre el papel del arte, analizándolo, bajo la apariencia de una narración ingenua, el papel que desempeña en el impulso de rehabilitación de un individuo en la colectividad. La Narración alegórica y el relato realista de alcance político se enlazan quizá más claramente en la singular duplicación de los epílogos.