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Publicar a Tolkien en francés: Una conversación con Christian Bourgois

Christian Bourgois (1933-2007) fundó la casa editorial Christian Bourgois Editeur en 1966. Ayudó a sus lectores a descubrir a muchos autores extranjeros, tales como William S. Burroughs, Toni Morrison, Alexander Solzhenitsyn, Gabriel García Márquez… y J.R.R. Tolkien, cuyas obras traducidas al francés han sido publicadas íntegramente por él. Tras su muerte, su esposa Dominique Bourgois continuó al frente de la editorial. 

Christian Bourgois dijo en noviembre de 2005 que, en su opinión, “Tolkien fue un gran novelista y El Señor de los Anillos es una novela de mucho encanto, como cuento de hadas, en el sentido medieval de la palabra”. Esta afirmación podría sorprender a algunos de los lectores de Bourgois, que se preguntarán cómo Tolkien acabó por primera vez en el catálogo de la editorial, con la traducción al francés de El señor de los Anillos en 1972-1973. 

El siguiente texto es un extracto de una conversación con Vincent Ferré, grabada en 2003, cuando la obra de Tolkien atrajo nuevamente la atención de los medios de comunicación como un ‘fenómeno cultural’. Fue publicado por primera vez en ‘Tolkien: treinta años después’ (Bourgois, 2004).

Christian Bourgois, ¿cómo llegó a publicar la obra de J.R.R. Tolkien en francés?

Fundé el sello de Bourgois en 1966, dentro del grupo Presses de la Cité, en el que, en aquel momento, yo estaba al frente de Editions Julliard. Había concebido la editorial más o menos sobre el papel con Dominique de Roux: reservamos para Bourgois algunos títulos que inicialmente estaban pensados para Julliard en una colección dirigida por Dominique de Roux. Los primeros libros publicados por Bourgois fueron sobre todo títulos de William Burroughs y Allen Ginsberg, y después siguieron otros autores, entre ellos Fernando Arrabal.

Un día, Jacques Bergier, una persona encantadora, convincente y erudita, vino a verme para ofrecerme un libro, avisándome de que yo era el único editor al que podría proponer un libro que sólo hablaba de autores que eran poco conocidos, o completamente desconocidos, en Francia. Después de publicar su ‘Admirations’, le pregunté qué autores él me recomendaría de los que figuraban en el libro. Tolkien no fue el primer nombre que mencionó; me habló de John Buchan, a quien ya conocía tras haber leído Los treinta y nueve escalones cuando fue publicado en francés; Robert E. Howard (los libros de Conan); Abraham Merritt y J.R.R. Tolkien. De modo que intenté identificar a los editores y los propietarios de los derechos. Sin embargo, los derechos ya estaban vendidos, o no recibí respuesta alguna —salvo en el caso de El Señor de los Anillos.

¡Pierre Belfond me dijo que le había ganado la carrera por unos pocos minutos! Formulé una espléndida oferta a Allen & Unwin, de 200 libras por volumen [hoy en día sería poco más de 6000 euros por la totalidad de El Señor de los Anillos], y firmé un contrato, uno de aquellos afortunados contratos de la época (en 1970, cuando Tolkien todavía vivía) mediante los cuales uno adquiría los derechos para la duración completa del copyright.  Después busqué la dirección de Francis Ledoux, a quien no conocía pero que, según me dijeron, había traducido El Hobbit —un libro que yo no había leído— y cuya actividad, por aquel entonces, estaba completamente orientada a la literatura infantil.

De modo que publiqué a Tolkien sin haber leído nada de él: lo cual ocurre con un gran número de libros que publico, porque en su mayoría son traducciones. Contrato a autores por consejo de amigos, traductores y lectores, como Gérard-Georges Lemaire, Brice Mathieussent, André Gabastou, etc., y —desde hace ya muchos años— mi esposa, Dominique, que lee italiano e inglés y ha desempeñado un papel crucial en la publicación de obras de Toni Morrison, Hanif Kureishi, Michael Collins, Susan Sontag, Martin Suter… Suelo decir que un editor de mi estilo escucha más de lo que lee; la tarea de convencerme corresponde a mis consejeros, amigos y colegas.

La publicación de El Señor de los Anillos (1972-1973)

Esta obra ha ido adquiriendo una gran importancia tanto dentro de nuestra casa editorial como  fuera de ella, y debo decir, con toda sinceridad, que no era la reacción que me esperaba cuando publiqué a Tolkien. Recuerdo que dos amigos editores, Jean-Jacques Pauvert y Régine Desforges, mostraron un gran entuasiamo; Régine me escribió, tras leer el primer volumen, para preguntarme cuándo se publicaba el segundo. Eran como los lectores de las novelas serializadas del siglo XIX, que querían saber qué iba a ocurrir a continuación. La publicación se produjo paulatinamente durante dos años (1972-1973).

El libro tuvo una importancia crucial. Yo era un editor que estaba enfrentado a mi jefe y accionista de la editorial, Sven Nielsen, en Presses de la Cité. Él ya me había dicho que debía desarticular el sello de Christian Bourgois para centrarme en 10/18. Es difícil publicar libros en secreto dentro de un gran grupo editorial, pero yo lo había conseguido mediante habilidosas maniobras, y publiqué algunos títulos en 1972. En otoño de aquel año todavía tenía la posibilidad de publicar otro título antes de desarticular el sello, sin saber cuándo iba a poder llevar una colección propia nuevamente. Estaba dudando entre El Señor de los Anillos y un libro de Ernst Jünger, Aproximaciones: drogas y embriaguez. La elección estaba entre el segundo, quien nunca había sido un escritor muy popular en Francia, pero gozaba de gran notoriedad —sabía que iba a generar un interés considerable en los medios de comunicación, y contaba con el núcleo duro de varios miles de lectores incondicionales— y el escritor desconocido. Y tomé la afortunada decisión de publicar a Tolkien en lugar de un nuevo libro de Jünger.

Así fue cómo apareció el primer volumen de El Señor de los Anillos. Ganó el premio de la Mejor Obra en Lengua Extranjera en 1973. Dije entonces a Nielsen que, después de ganar este premio, era imposible no publicar los dos volúmenes restantes, especialmente teniendo en cuenta la favorable opinión de la crítica: “¡por fin se publica El Señor de los Anillos en Francia!” El principal defensor de Tolkien fue Jean-Louis Curtis, un catedrático de inglés, quien escribió una reseña en Le Figaro. Christopher Franck también publicó un artículo tremendamente positivo en Le Point; hubo un artículo en Le Monde, y Jean-René Major me envió la última línea de su artículo, que fue publicado en Le Magazine Littéraire: “¡Me quito el sombrero ante usted, Sr Bourgois!”

Mi relación con Allen & Unwin fue muy buena: se trataba de una casa editorial encantadora, a la antigua usanza, con oficinas junto al Museo Británico. Conocí al Sr Unwin en la Feria del Libro de Fráncfort en una ocasión, pero mi principal correspondencia era con Alicia Dudley, una mujer inglesa muy correcta —nunca regalaba ejemplares gratuitos a la prensa; era un poco como nos imaginamos a una típica novelista inglesa. Conforme el éxito de El Señor de los Anillos iba creciendo —y no es que estuviera vendiendo enormes cantidades de ejemplares— me dije a mí mismo que tenía que sacar El Silmarillion, que fue publicado en inglés en 1977. En esta ocasión, Ledoux no quiso traducir a Tolkien, y después falleció, por lo que me puse en contacto con un traductor muy bueno, Pierre Allen, que había traducido muchos libros para mí y para Grasset, y también para Albin Michel, para Plon, etc. Tradujo El Silmarillion de manera muy meticulosa, pero no era su mundo. Después publiqué el cuarto volumen de El Señor de los Anillos, los Apéndices. Francis Ledoux se había negado a traducir la última parte de la novela, diciendo que era especialmente difícil y que no veía interés alguno en ella para los lectores franceses —y es verdad que, por aquel entonces, no estaba siendo muy demandada. Pero me dije a mí mismo que no podía permitirme el lujo de no publicar El Señor de los Anillos en su totalidad. Y por aquel entonces había entablado una relación con Christopher Tolkien. Ya conocía a Tina Jolas, una traductora muy buena. Ella estaba buscando un trabajo de traducción, por lo que le ofrecí esto, que según Ledoux era imposible. Desde el principio se arrepintió de haber aceptado el encargo, porque resultaba tan difícil; y además no estaba muy familiarizada con la obra de Tolkien.

Vendí varios miles de ejemplares de El Señor de los Anillos, y las ventas no disminuían.  En aquel momento, Pauvert, que era un fan, habló favorablemente de la obra ante Hachette, y en 1974 cedí los derechos a Hachette sin pensármelo, por un plazo de diez años, porque lo normal es que la edición de bolsillo acabe dominando. Generalmente, cuando un libro pasa a tener una edición de bolsillo, las ventas de la edición en tapa dura tienden a disminuir; paradójicamente, mi juicio era correcto, pero al mismo tiempo me faltaba destreza comercial. El Señor de los Anillos era un caso totalmente atípico: las ventas de los cuatro volúmenes en la edición en tapa dura siguió creciendo a la par que lo hacían las ventas de la edición en bolsillo.

En estos primeros años, el éxito de ventas y de la publicidad de Tolkien se debía a los lectores de Tolkien, que son buenos lectores, sienten pasión por sus obras y dan la impresión de pertenecer a algún tipo de sociedad secreta. Esto duró por un tiempo, y después, con la llegada de los juegos de rol, apareció un tipo de lector totalmente nuevo, lo cual explicó cómo las ventas de Tolkien aumentaron durante los años ochenta. Finalmente, hubo un extraordinario resurgir de ventas cuando se anunció que iban a rodar una película [las adaptaciones de la trilogía de El Señor de los Anillos que se estrenaron entre los años 2001 y 2003].

Soy consciente de que una parte del público lector está constituida por aquellos que vuelven a los libros: escolares en institutos y colegios, en su mayoría niños pero tambén niñas; los lectores adultos, por su parte, son de edades muy diversas (aunque tienden a ser más jóvenes), y tienen profesiones muy variadas: bomberos, operarios en fábricas, enfermeras. No son los típicos lectores de Christian Bourgois, y son diferentes con respecto a los lectores de Tolkien que existían antes de las películas.

No exploté (en el peor sentido de esa palabra) las obras, pero desde el momento en que Christopher Tolkien se hizo cargo de la ingente labor de editar los manuscritos de su padre, seguí el ritmo de las publicaciones primero de Allen & Unwin, y después de HarperCollins. Si tardé mucho en editar La historia de la Tierra Media, es porque Christopher Tolkien me escribió para decirme que pensaba que era intraducible. Afortunadamente, conocí a Adam, el hijo de Christopher y nieto de Tolkien, quien —al igual que Tina Jolas— estaba buscando un trabajo de traducción; le pregunté si estaba dispuesto a iniciar la traducción de la serie bajo la supervisión de su padre. No tuvo la misma reacción que Tina Jolas, porque ya conocía la obra de Tolkien, pero la traducción le resultó increíblemente difícil y ardua.

[Desde que tuvo lugar esta conversación, Bourgois Editeur ha seguido publicando las traducciones al francés de las obras de J.R.R. Tolkien: para más información, véase el artículo ‘Obras recientes de Tolkien en francés’.] 

El  lugar de Tolkien en la editorial Bourgois

Tolkien ha ido adquiriendo una importancia cada vez mayor en mi editorial, lo cual no es común para un autor muerto. Nunca lo conocí, porque falleció en septiembre de 1973 justo cuando yo estaba empezando a publicarlo. Boris Vian es otro ejemplo de un autor que ha sido muy importante en mi vida, tanto en Bourgois como en la colección 10/18.

Tengo que decir que me gustan los escritores muertos: por poner un ejemplo, en la colección 10/18, volví a publicar a todos los grandes autores del siglo XIX, y muchos del siglo XX: Jack London (51 volúmenes), Robert Louis Stevenson (alrededor de veinte volúmenes), y también Octave, Mirbeau, Marcel Schwob, autores que los lectores están redescubriendo en la actualidad. En el momento en que leí a Schwob y Mirbeau por primera vez, me dije a mí mismo, “Soy la única persona en París que está leyendo estos libros olvidados”. No me molestaba publicar a autores fallecidos —para mí, es lo mismo publicar obras nuevas como obras previamente publicadas. 

Creo que siempre he tomado decisiones coherentes, aunque muy diversas, y cuando me decido a publicar a un autor, me gusta publicarlo de manera sistemática. Por ejemplo, publiqué a casi todos los autores de la generación de los Beatniks porque me interesaba Burroughs, y también me interesaba Ginsberg, cuya obra Aullido había sido publicada por Denoël, pero el clima de publicaciones era muy diferente por aquel entonces: no existía tal cosa como una curiosidad permanente, ni una enorme competición entre autores extranjeros, lo cual es el caso hoy en día. Puede parecer paradójico, pero a finales de los años sesenta, a nadie le interesaban Ginsberg y Burroughs. Así fue cómo publiqué a Ferlinghetti, Brautigan, Corso… y también porque en Estados Unidos, las categorías literarias no estaban tan definidas como en Francia.

Tolkien no formaba parte de mi mundo para nada: si sólo hubiese sido un autor de literatura fantástica, no lo habría publicado, porque ese género no me interesa. Sin embargo, me di cuenta de que El señor de los Anillos era una gran novela, y que este hombre era un gran novelista. Me interesan mucho más los personajes que su mundo — en la actualidad, el mundo es lo que atrae, y las películas no han hecho más que reforzar esta tendencia. Leo a Tolkien como a un novelista inglés que se inventó unos personajes muy hermosos; leo El Señor de los Anillos como una aventura iniciática de personajes que siguen unos caminos; lo leo como leo a Stevenson, y sólo después de un tiempo descubrí la dimensión religiosa de Tolkien, que me resulta ajena. Además, me gustan los personajes femeninos de El Señor de los Anillos, aunque apenas hagan acto de presencia. Por lo demás, me he impregnado de la pintura prerrafaelita; hay una presencia de la Edad Media en las obras de los Prerrafaelitas que también está presente en la obra de Tolkien. Esa es la razón por la que me resultó muy placentero leer las traducciones, porque poco a poco me acercaron a un Tolkien a quien no conocía. Cuando hablo de Stevenson, pienso en una de mis novelas favoritas, Secuestrado; la historia de un chaval muy joven que inicia un viaje. Lo que me gustaba de Tolkien era la cualidad stevensoniana de la aventura, y, al mismo tiempo, si no me equivoco, su lado borgiano.  Había publicado su Literaturas germánicas medievales, igual que La saga de Njál en la colección de 10/18. No sé si Borges leyó a Tolkien: sea como fuere, tenían culturas e intereses en común, aunque los intereses de Borges abarcaban un campo más amplio. Fue bajo su influencia que leí El señor de los Anillos como una épica borgiana.