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Vincent Ferré, ‘¿El Señor de los Anillos, Novela de Aventuras?’

Vincent Ferré, autor del primer estudio crítico en francés centrado en El Señor de los Anillos, nos propone considerar esta larga novela no sólo como una sucesión de aventuras, batallas y combates, sino también como una obra en la que se abren largas pausas, escenas de contemplación e incluso de meditación sobre la belleza del mundo inventado por el autor.
Recuerdos fragmentarios del mundo imaginario

Esta pregunta puede resultar paradójica, pero cuestiona la percepción que uno conserva de una obra tan colosal como El Señor de los Anillos; seleccionando sucesos específicos, elogiando una u otra de las partes de esta prolífica obra, pero menospreciando, en consecuencia, el equilibrio de un texto en el que cada palabra tiene su peso, como el propio autor lo declaró en su correspondencia (ver Cartas de J.R.R. Tolkien n°35 y 131).

No obstante, al preguntarles, los lectores de Tolkien rara vez se refieren a un acontecimiento, una batalla, o una peripecia en particular, prefiriendo evocar un paisaje, un personaje, o un elemento de este mundo imaginario: Lórien, Tom Bombadil, Minas Tirith… Las declaraciones de autores de fantasía anglófonos y franceses, compiladas por Karen Haber en Meditations on Middle Earth, así como la obra de un ilustrador como Alan Lee, el cual se enfoca más en los paisajes y lugares que en la acción, corroboran rotundamente esta afirmación.

‘the fair valley of Rivendell where Elrond lives in the Last Homely House’

De hecho, en El Señor de los Anillos el placer de la lectura está propiciado en parte por la manera que tiene el relato de cautivar al lector. A semejanza de Dumas, transporta al lector hacia cabalgadas, como la de Pippin montado en Sombra gris hacia Gondor. Sin embargo, a pesar de lo que se suele admitir, El Señor de los Anillos no es una novela de Fantasía Heroica. Su esencia no reside en los combates; ya que aunque estos sean importantes, son, en definitiva, poco numerosos (en la Cima de los vientos, contra Ella-laraña, contra el jefe de los Nazgûl…); ni en las batallas de la última parte del libro –recordemos los Campos del Pelennor, la batalla ante la Puerta Negra. Aun así, algunos resumen el Señor de los Anillos en estas escenas… ¡a semejanza de los que reducen, a veces, toda la obra de Tolkien a esta única novela!

Una dimensión contemplativa

Esta clasificación no es totalmente nueva, y constituye una lastimosa simplificación, porque deja de lado toda la dimensión contemplativa del libro. No tiene en cuenta su tempo, muy lento por momentos, ni su estructura, la cual alterna peripecias y pausas: el episodio del Bosque Viejo, que lleva hasta la casa de Tom Bombadil; la confrontación con los Tumularios, antes de que anochezca, en la posada del Pony Pisador; la huida hacia el vado, que precede la estancia en Rivendel; el periodo pasado en Lórien, tras la caída de Gandalf en Moria. El tiempo pasado por los héroes en dichos lugares no se mide exclusivamente en horas o días, e incluso en ocasiones se pierde su noción. Se mide en páginas: trece para Tom Bombadil, mientras que la lucha contra el Viejo Hombre-Sauce abarca sólo dos; dos páginas también para la cabalgada de Frodo huyendo de los Jinetes Negros, contra más de sesenta para Elrond. La construcción de un texto es más instructiva que las impresiones prematuras: considerando en esta novela la insistencia acerca de la notable materialidad del libro con el origen del libro Rojo, la existencia de fuentes, de archivos… Resultaría erróneo ignorar esta manera de medir el equilibrio entre acción y contemplación…

Contemplación de la Tierra Media, porque cada pausa permite a los personajes, y al lector, descubrir el mundo imaginado por Tolkien. Así, Frodo en Rivendel:

A la mañana siguiente, Frodo despertó temprano, sintiéndose descansado y bien. Caminó a lo largo de las terrazas que dominaban las aguas tumultuosas del Bruinen y observó el sol pálido y fresco que se elevaba por encima de las montañas distantes proyectando unos rayos oblicuos a través de la tenue niebla de plata; el rocío refulgía las hojas amarillas, y las telarañas centellaban en los arbustos.[…] La nieve blanqueaba las cimas.

O cerca del Estanque Velado:

El mundo estaba silencioso y frío, como si el alba se acercase. A lo lejos, en el poniente, la luna llena se hundía redonda y blanca. Unas brumas pálidas relucían en el valle ancho de allá abajo: un vasto abismo de vapores de plata, bajo los que fluían las aguas nocturnas y frescas del Anduin. Y mas allá una tiniebla negra y amenazante, en la que rutilaban de tanto en tanto, fríos, afilados, remotos y blancos como colmillos fantasmales, los picos de Ered Nimrais, las Montañas Blancas de Gondor, coronadas de nieves eternas.

Son muchos los ejemplos para poder mencionar todos: Pippin desde lo alto de la Ciudadela de Minas Tirith, Frodo en Amon Hen… e incluso una casa al pie de la colina (la de Bombadil) puede introducir el mundo:

[…] la cima gris de la colina se alzaba a la luz del amanecer. Era una mañana pálida; en el este, detrás de unas nubes largas como hilos de lana sucia, teñida de rojo en los bordes, centelleaban unos profundos piélagos amarillos. El cielo anunciaba lluvia, pero la luz se extendía rápidamente[…].

¿Y qué decir de la Comarca? Tanto el inicio como el final del relato se desarrollan en esta parte del mundo ampliamente protegida de los acontecimientos exteriores, aislada de la aventura, de la que hay que marcharse, como Bilbo, y luego Frodo y sus compañeros, para vivirla. Un gran número de lectores le reprocharon al Señor de los Anillos su lento arranque, el detenerse excesivamente en los preparativos de la fiesta de Bilbo, hasta el momento en el que Frodo se marcha… al cabo de unas cincuenta páginas (ochenta incluyendo el prólogo). El mismo autor destaca esta oposición, contestando a una crítica de Rayner Uwin, que le reprocha el hecho de dar demasiado espacio a escenas cotidianas de hobbits en los primeros capítulos: «La dificultad radica en que la “conversación de hobbits” me divierte de forma privada (y hasta cierto punto, también a mi hijo Christopher) más que las aventuras» (Cartas no. 28). Aquí, el placer del autor se ubica en la observación del mundo imaginario.

Map of the north-west of Middle-earth

Un viaje

Cabe señalar lo revelador que resulta el uso de comillas por Tolkien, cuando emplea el término aventuras en su correspondencia, para referirse a acontecimientos vividos por Frodo y Sam. Esto demuestra la distancia que toma con esta palabra (ver a Las Cartas no. 94, 131,153). Por lo tanto, cuando un artículo de W.H. Auden propone una lectura de El Señor de los Anillos a partir de este concepto, Tolkien relativiza su importancia, para subrayar preferiblemente la función del viaje, desplazamiento a través de lugares imaginarios, así como el interés narrativo de dicho tema (Cartas no. 183). ¿Parece esto extraño, por parte de un autor que evoca las «visiones y horizontes que se abren en [su] mente» mientras escribe (Cartas no. 64).

Cuando Tolkien evoca El Señor de los Anillos, no alude a la acción, sino a los lugares y a los personajes que la acompañan. Dejémosle pues la última palabra:

En el camino encontré muchas cosas que me asombraron. Ya conocía a Tom Bombadil; pero nunca había estado en Bree. Me impresionó ver a Trancos sentado en un rincón de la posada y no sabía más que Frodo acerca de él. Las Minas de Moria habían sido nada más que un nombre; y mis oídos mortales jamás habían escuchado hablar de Lothórien antes de llegar allí. Sabía que los Señores de los Caballos estaban muy lejos, en los confines de un antiguo Reino de los Hombres, pero el Bosque de Fangorn fue una aventura imprevista. Nunca había oído hablar de la Casa de Eorl ni de los Senescales de Gondor. (Cartas no. 163)

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